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Flor Hollmann
3 min readJun 30, 2021

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Los rumores de la plaza San José de las Flores quedaron atrás y Fernando, paso firme mediante, llegó a la avenida Rivadavia. Esa mañana atravesó el barrio con miras a llegar a su trabajo. Con seguridad Fernando no estaría de acuerdo con esta precisión, pero lo cierto es que esa mañana él caminaba distraído. El barrio de Flores a toda hora es un festín de transeúntes coloridos que caminan en todas las direcciones, como un enjambre de abejas sin orientación, y aquel día no era la excepcion. El epicentro del barrio de Flores es la Basilica de San Jose de Flores y, casualmente, lo es, también, de esta historia.

El caso es que Fernando esa mañana iba al trabajo y, para ello, debía tomarse el 2 que lo dejaba en la avenida Jujuy. El colectivo tenía su parada frente a las escalinatas de la basílica y Fernando estaba parado en ella mirando al cielo, al punto mas alto de la basilica. Tenía sus ojos puestos en la parte superior de su arquitectura-especialmente en la cruz- cuando un chistado le interrumpió su trance. Desde un Fiat 128, con el tráfico completamente estancado, una señora con la ventanilla baja le señalaba insistentemente sus pies:

-Joven, tienes los cordones desatados

Fernando se miró los pies: efectivamente, una de sus topper grises tenía un cordón que serpenteaba hasta el suelo. Se agacho a atarse.

La señora continuó hablando:

-Joven, estás bien? ¿Por qué mirabas al cielo? Vení, acercate.

Fernando se puso de pie y observó con detenimiento a la señora: estaba vestida con ropajes -alguna vez- coloridos y tenía las manos con muchos anillos. El conductor en ningún momento quitó la vista del tráfico, el cual estaba espectacularmente inmovil. La señora era gitana, y Fernando, que se había percatado de esto, porque él había escuchado muchas veces sobre este tipo de mujeres, con disimulo llevó sus manos hacia atrás y se quitó los anillos de sus dedos y los guardó en el bolsillo trasero del pantalón.

-Joven, te veo la cara. Estás yendo a trabajar y no te gusta tu trabajo. A ti te falta abundancia, estoy en lo correcto?

Fernando asintió con la cabeza y por un segundo creyó que iba a llorar.

-Ay mi niño, déjame ayudarte. La señora entonces sacó un pañuelo viejo sucio que tenía en la guantera, y balbuceó algunas palabras. Luego realizó unos nudos y extendió el pañuelo por fuera de la ventanilla.

-Joven, por favor, toca el pañuelo así puedo canalizar tu energía y realizar algunas oraciones que te bendigan. Fernando con timidez pero con creciente atención puso su mano sobre el pañuelo y la señora continuó con su trajín. -Ahora para sellar la oración con la potencia de tu energía, necesito que pongas en el centro del pañuelo tu objeto más preciado.

Fernando se tocó el cuello, busco la cadena que le había dado su madre y se la desprendió, la tomó entre sus manos y la depositó sobre el pañuelo sucio. La señora hizo el nudo final y le entregó el pañuelo anudado.

-Listo, mi amor. Esto es para vos. Que la abundancia sea contigo, joven.

El semáforo se puso en verde y Fernando vio el auto deslizarse entre el tráfico con bastante lentitud. Se miró la mano que sostenía el pañuelo envuelto. No quiso saber. Lo guardó en su bolsillo trasero y se tomó el 2.

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